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Santiago Fallon. "Santiago, motorizado".

La referencia rocker es inevitable. Y si bien no es del palo, Santiago es un pibe-instrumento que se ha convertido en el motor de sus mil vidas. Arquitecto de formación, interviene paredes por elección prestando atención no sólo al resultado estético de la pared, sino al tejido social que hay tras de ella. Conozcan a un personaje doble i: interesante e intenso.

El camino de la elección. Estamos en quinto año. Un recreo. Mis compañeros hablan sobre algo que para mí es ajeno: UBA XXI. Pienso ¿será un boliche nuevo? No tengo la más puta idea qué estudiar. “Hijo, ni cura ni boxeador”, palabras de mi vieja. Mi viejo es abogado, veo como es la profesión. No quiero ese camino. Medicina no, me da impresión y no tengo vocación de servicio. Arquitectura no, soy incapaz de hacer dos líneas rectas. 
 

La vocación es. Frente a la desorientación, la brújula es un curso de orientación vocacional, al que me meto sin creer demasiado. Muy psicológico todo. El día del resultado, vino la psicóloga. Me pidió que la escuchase hasta el final. El veredicto: arquitectura. Me enojé, me levanté y me fui. Pero como no tenía idea que hacer, decidí darle una chance. En el momento no entendía cómo era estudiar, cómo hacer una entrega. La pasaba peor de lo que en realidad era.

 

Hombre récord. Hice la carrera en seis años y medio. Es una carrera que dura seis, pero que la gente hace en ocho. Un montón de materias no me gustaban. Ni el contenido, ni cómo estaban dadas. Me peleaba con los profesores. Quería sacármelas rápido de encima. Cuando terminé, pensaba en no volver más, ni ver más a nadie. A unos días de terminar, recibí un llamado de la Universidad. Yo, que apostaba a aprobar con cuatro y zafar, era abanderado. No lo podía creer, pero arquitectura es una carrera de notas bajas. Estuve diez años en la FADU. Estuve en dos cátedras, después seguí dando clases de dibujo.

Perfil. Mis compañeros siempre me decían que tenía perfil académico. “Hacé un posgrado” me decían. Cuando terminé la facultad, empecé en un estudio chico. Era sólo yo y la arquitecta. No tenía ni idea de obra, ni siquiera había ido a un colegio industrial. Veía como los tipos manejaban las máquinas. Me volví loco. Descubrí también que me encantaba la carpintería.

 

Minidibujante. Toda la vida me gustó dibujar. Cuando tenía tres años agarré los fibroncitos, mi vieja se copó y pinté todo mi dormitorio. A los diez me compré un libro “Las paredes limpias no dicen nada”. Tenía algo con la pared. Ya empezaba a mirar. No existía el grafiti de letras, ninguna de esas cosas. En la primaria, éramos un montón los que lo hacíamos. Me especializaba en historietas. En el secundario, ilustraba en los apuntes de historia las ciudades y la historia del desarrollo de la civilización. Mis compañeros querían fotocopiarlos por eso. Ahí empecé a dibujar en una de las revistas del colegio. Ir al Buenos Aires tenía esa ventaja, había mucha movida. 

 

Abridor de cabeza. Lo sorprendente es que por un montón de años, mientras estudiaba, prácticamente no dibujé. Es arquitectura, ¿cómo no vas a dibujar? En el CBC fui a la escuela de Garaycochea con Oswal, el creador de Sonoman. Su mayor preocupación era la narración. Nos quería hacer ver como algo estaba contado. Eso me abrió mucho la cabeza. Durante el segundo año de cursaba estaba muy quemado con la carrera, pero con unos amigos hicimos el seminario de historieta igual.

 

El origen. Me tocó muy de cerca ver como se gestaba el arte urbano en el país, porque lo primero que se pintó fue la FADU. Muchos de los que agitaban eran estudiantes que recién empezaban o profesores de diseño gráfico. El cruce para mí era muy interesante: me gustaba dibujar y, en esa modalidad, podía hacerlo en tamaño edificio. Un flash.

 

Seguime. Eran épocas de fotolog. Yo seguí a un pibe cuyo pseudónimo era Maybe. Volviendo una noche tarde para casa, pasé cerca del Hospital Pirovano. Me pareció verlo haciendo uno de sus dibujos. Clavé los frenos y me bajé súper emocionado. El pibe no entendía nada. Pensó que era la cana. Había pintado una sola vez en el ’95 con amigos. Alguna frase tipo “Dale Boca” ò “Aguante Greenday”. Igual le pedí los aerosoles para probar. Me los prestó con mucha cara de orto. Y me dio su fotolog.

 

Empezar. Volví a mi casa con toda la emoción de haber pintado por primera vez. Compré aerosoles y concreté con esos pibes para juntarnos de vuelta a pintar. Agarramos latas y empezamos a reventar paredes. Al principio era esporádico. Frente a la repetición, pensamos en firmar con un nombre y surgió emepece. Siempre jodo que somos como Los Ramones. La formación va cambiando pero es quién está pintando en el momento. Yo fui el que más empujé, siempre estuve y hoy estoy saliendo a pintar solo.

 

Detonar. Arrancamos siendo tres. Los conocí aquella vez en la calle, después nos hicimos amigos. 2011 fue el año clave. Nos eligieron para participar de un festival anual de arte urbano en Quito, Ecuador: Detonarte. Gente muy grosa. De Colombia, Perú, Ecuador. Los argentinos estaban muy bien seleccionados. Dinamita, genial total, de Rosario. Dotz, un artista de Mendoza. Unos pibes de Mar del Plata, Chaman y Embe y Cuore, representando el conurbano. A Marto le había salido un viaje a Oceanía, Rafa estaba con algunas dudas, entonces fui solo. Fue un viaje de egresados de pintores: teníamos hostel y canilla libre de paredes y pinturas. Estuvimos una semana pintando por toda la ciudad. El sueño del pibe.

 

Inflexión. Estaba acostumbrado a pintar con amigos. Allá pegué mucha onda con la gente, pintábamos juntos, pero tenía que resolver yo. Fue genial todo lo que aprendí y además conocí sobre estilos de vida, formas de subsistencia. Hablé con todos. Fue muy inspirador. Resolví que me iba a dedicar a pintar. Es el día de hoy que me siguen cayendo fichas sobre lo genial que fue haber ido.

        

Nuevas opciones. El arte urbano me permitió ver al edificio como una gigantesca hoja en blanco, como un lienzo con una determinada forma o proporción. La calle te da cierta posibilidad de tamaño. También la calle te permite encontrar el lugar, el espíritu, entender que pide esa pared. Empecé a pensarla como un soporte en el tejido social. Detrás de la pared pasan muchas cosas. Muchos de los proyectos más significativos, como el del Hospital Pirovano, fueron armados en el espacio público, tomando la calle y reemplazando la acción gubernamental, coordinando entidades vecinales con direcciones de cada institución implicada.

 

Capitalizar. En 2011 empezaron a aparecer los primeros cursos de arte urbano. Con seis años de experiencia docente, habiendo armado una cátedra de arquitectura completa e interesado en el tema, consideré que tenía todas las herramientas para armar algo. Había tenido una cátedra de dibujo y mucho entrenamiento. Creía que podía trasladarlo.

 

La Guía T del arte urbano. El arte urbano, por definición es un espacio académico diferente. No quería meterme en cuestiones técnicas de pintura, ni imprimirle mucho de la academia. Quería armar tipo manual de instrucciones. Entonces diseñé la “Breve guía para hacer arte en la calle”. Cuando empecé, mil veces me di la cabeza contra la pared. No conocía muchos trucos y técnicas. La idea era incluirlos: cómo limpiarte las manos, como diluir mejor la pintura, qué rodillo usar para tal superficie. Reunir una serie de consejos que hubiese sido genial que alguien me contase de antemano. Armé un taller que incluye salir a la calle porque tomarse un tecito y que no sople el viento mientras producís está bueno, pero la calle es la calle, tiene que venir el vecino a putearte para que entiendas bien cómo es. La parte performática también me gusta mucho: la persona que hace la obra está cambiando algo de ese lugar, en un momento muy particular. Cuando lo hacés afuera, es distinto. Lo que transforma es eso. Viene alguien, te contesta, el artista se vuelve un actor social más, con gente que no es estrictamente del ambiente artístico. Quizás no consumirían el formato de arte tradicional, pero ven la obra en la calle, ven al artista pintando todo el día en su vereda y pueden apreciar que está bueno, sienten que también ellos lo pueden tener.

 

 

 

 

El gigante arte urbano. Todo lo que se le relaciona es un gran encauce de energía. Como es algo muy instantáneo, espontáneo y lo que hacés te lo pueden tapar mañana, por definición es efímero. No importa el resultado, lo importante es hacer. Es muy liberador para la gente.

 

Mantenerse. Rodes, un amigo artista me dijo una vez “Yo aprendí a vivir mejor, con menos”. Me marcó mucho. No tiene que ver con el laburo, es un modo de vivir. Hoy me mantengo un poco con la arquitectura, del modo que a mí me gusta, fuera del estudio, y un poco con el arte urbano. Este va en contra de una serie de convenciones. Necesariamente, la gente me pregunta por qué lo hago, de dónde saco la plata, quién me paga para hacerlo. No pueden entender que destine mis recursos en algo que no me voy a poder llevar a mi casa. Es magnífico. Va absolutamente en contra de lo que te enseñan: tenés que acumular, tenés que tener. Lo reemplacé por tenés que dar, tenés que brindar, tenés que abrir.

 

[Santiago nos recibió en su casa de Coghlan. Armó su hogar con lo que fue encontrando y transformando. En ese barrio no sólo vive, sino que proyecta su existencia a las paredes y artefactos varios que lo circundan]

 

                                                                                                                                                                                                                                                                             Contacto: eMePeCe

 

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