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Juan Pablo Lucca. "El destino del nómade".

“Hay distintas maneras de ver la cocina. A mí me gusta cocinar pero me parece de más todo el stress y la presión que se genera alrededor de un plato de comida. No le estás salvando la vida a alguien.”

Cuando empezamos la entrevista, Juampi está haciendo un pedido. “Dos maples de huevos, hojas verdes, lechuga morada, un poco de rúcula”. En su tránsito por Buenos Aires, va a estar cocinando tres semanas en Ferona. Lo cargo, le digo que más que nómade, es un hipster. Así empieza una charla con un tipo muy interesante.

 

Mi condición de nómade. Desde chiquito me atrajeron los lugares lejanos. Siempre me gustó leer: viajaba a través de libros de aventuras y expedicionarios. A los dieciséis hice mi primer viaje sólo. Inglaterra me esperaba para estudiar inglés durante dos meses. Piré solito. Mis viejos veían que mis intereses eran genuinos y siempre me apoyaron. Haber hecho esa experiencia de tan chico me marcó. Me encantó estar en un entorno diferente. Son mis primeros recuerdos de andar sólo por la vida.

 

Pequeño explorador. Siempre fui muy curioso. Me gusta aprender, conocer cosas nuevas. De ahí viene el tema de romper con lo establecido. De chiquito hice lo que me gustó. A partir de mis viajes, fui la oveja rara del curso. Nadie viajaba, menos tan lejos, a esa edad.

 

Transcurso. Al empezar la facultad, todavía no me cuestionaba un montón de patrones y estructuras familiares. Había que respetarlas, entonces las enmarcaba dentro de lo que me volvía más libre. Todos los veranos viajaba a Estados Unidos a laburar en centros de ski. Rendía los finales y al día siguiente me subía a un avión. Siempre fui responsable, no me resultaba difícil el estudio. Nunca me cuestioné si no estudiar o no rendir un final o, directamente, irme.

 

Lo claro para mí. Cuando terminé la universidad, me contrataron durante seis meses para hacer un proyecto social. Mientras tanto escribía mi tesis. Los patrones seguían ahí. La expectativa dictaba que tenía que entrar a laburar en algún lugar. Yo había hecho un proceso un poco más profundo. Para mí era claro: quería viajar. Cuando me fui, tenía un montón de posibilidades que rechacé. Pensaba mucho en eso, me pesaba un montón. Rendí mi tesis un once de Junio. El trece fue el día de partir. Mantuve un vínculo fuerte. La idea era hacer un viaje corto, como mucho un año. Me llevé libros teóricos y seguía leyendo sobre temas que me habían interesado.

 

Ideas & ajustes. Soy muy de seguir mi instinto, me ha resultado siempre. Si algo me cierra conceptualmente, le meto. Confío en que hay tiempo para cambiar el rumbo. Mi primer viaje fue el más largo y el más aventurero. El destino: Sicilia. Vi una foto en Internet y me gustó. La ecuación para mí era sencilla: siempre había jugado al tenis, entonces iba a ser profesor de tenis en Sicilia. No resultó tan fácil. Tuve que ajustar los planes. Sólo así aparecieron un montón de ofertas: iba a ser mozo en Taormina.

 

El mozo Taorminiens. No me gustó nada. Duré un mes. Mi función se limitaba a servir. A mi me gustaba hablar con la gente y eso era imposible. Las ganas de viajar aparecieron con más fuerza. Mentalmente empecé a repasar destinos: ¿Sudáfrica? Había conocido a una sudafricana en Estados Unidos, que nunca respondió mis mails ¿India? Había compartido un hostel y algunas palabras con una chica de la India. Dije, ¿por qué no?

 

India sin brújula. Me gustan mucho los mapas. Ubiqué Italia. Grecia queda cerca. Puedo hacer un paseo por las islas y llegar hasta Turquía (siempre quise conocer Estambul). Busco un vuelo desde ahí y cruzo a India. Agarré mochila y mapas, y partí. Graduación. En Octubre volví a Argentina. Estudié comunicación pero siempre estuve muy metido en temas de educación y de políticas públicas. En realidad, había empezado en economía. Pensaba que era una ciencia social. Cuando me encontré con todas materias de números, me di cuenta cuanto me gustaban las materias sociales. La carrera fue divertida, un montón de materias me encantaron, pero la sentí algo alejada de la realidad. Mientras construíamos en Meliquina con uno de mis hermanos deseábamos haber ido a un colegio técnico, que te enseñe a usar un martillo. La mayoría de las materias son por el gusto al conocimiento, todas muy interesantes aunque con esa falencia.

 

El renegado. En la búsqueda de un camino diferente muchos valores que se fomentan en la universidad, como la autoexigencia y ciertas nociones de éxito, me jugaron en contra. Mucho tiempo estuve renegado con eso. Hasta que entendí que en la facultad no te dan una verdad absoluta, sino que depende de lo que hagas y lo que quieras hacer con tu vida.

 

Zarpar. Después de estar unos meses en Buenos Aires, arranqué un viaje que iba a durar un año y finalmente duró cuatro. Esta vez iba acompañado. Viajar de ese modo es mucho más fácil. Nuestra base fue nuevamente Andorra. Iba con la idea de laburar como instructor de ski. Primer inconveniente: no me aceptaron la matrícula que tenía de Estados Unidos. Ahí apareció la cocina. Fue puramente un azar.

Cocinar es. Yo siempre había sido el que cocinaba los asados para los amigos. Hay distintas maneras de ver la cocina. A mí me gusta cocinar pero me parece innecesario todo el stress y la presión que se genera alrededor de un plato de comida. No le estás salvando la vida a alguien. Es mí forma de expresión, cargada de sentidos. A la comida le transmitís tu humor, si hacés algo con mala vibra se nota. Para mí uno tiene que estar relajado, pasándola bien. Todo se refleja en tu creación. 

 

El informe de la medialuna. Pensaba en viajar a Asia. Tenía que empezar a generar, porque sólo tenía plata para un mes. Ese primer viaje fue muy difícil. Yo venía muy seteado con las nociones de eficiencia y de profesionalismo heredados de mi paso por la universidad. De repente, me encontré como encargado de desayunos. Se trabajaba muy mal. Reinaba el caos. Un día después del laburo me metí en la cámara a chequear stock. Quería armar un plan para optimizar procesos. Según una amiga que estaba justo de paso, estaba escribiendo “el informe de la medialuna”. Su ironía no era casual, no lo hizo en mi cara, pero seguramente mi jefe se mató de risa cuando lo recibió. Me fui el primer año jurando no volver. Pero me pagaban alojamiento y comida, era todo ahorro. Las siguientes vueltas fueron con otra filosofía: hice mi trabajo, pero no me quemé ninguna neurona solucionando problemas ajenos.

El aprendiz. Mientras laburaba como encargado de un restaurant en Andorra, el chef general era un argentino. Gracias a mi curiosidad sumada a la poca vergüenza que en esa época tenía (ahora ya no tengo casi nada), aprendí muchísimo. Un tipo súper generoso, me pasó muchas recetas. Al terminar mi servicio, limpiaba todo, cerraba la cocina e iba probándolas. Me quedaba horas. Era un juego para mí. Está bueno pedir, dejarse guiar por sus convicciones y no tener vergüenza. Muchas veces salen cosas que no te esperás ni de casualidad. 

 

La cocina y los viajes. La cocina se fue metiendo cada vez más en los viajes. Meterse mucho en los mercados, ver productos, hablar con la gente, hacer cursos empezaron a ser partes centrales del viaje. Cuando no había cursos, el caradurismo funcionaba muy bien: iba siempre al mismo restaurant hasta pegar onda con los mozos. Cuando me había ganado su confianza, les pedía si podía entrar a la cocina. No están acostumbrados a eso, siempre tenía un sí como respuesta. Me pasaba largos ratos en la cocina observando, tomando notas y probando. Volviendo a Andorra, volcaba en mi cocina todo lo aprendido. Fue todo muy autodidacta, era como tener una escuela autogestionada.

 

Viajes van, viajes vienen. El siguiente viaje fue por el sudeste asiático: Laos, Vietnam, Camboya y Tailandia. El tercer viaje fue increíble: fui por tierra hasta Rusia. Ahí tomé el transiberiano hasta Pekín, China. Atravesé China por tierra, por el norte, bordeando el Tíbet, crucé Pakistán hasta llegar a Irán. De

ahí a Turquía y finalmente Siria. Fue un viaje de seis meses. No paré de recolectar vivencias que dejan en evidencia la hospitalidad del mundo musulmán. No hubo una situación que no incluyese a las cocinas autóctonas.

 

El anónimo de Alepo. Paseando de noche por la ciudad de Alepo, Siria, se nos acercó un tipo. En inglés, me preguntó si quería conocer la ciudad. Estando lejos te abrís, decís que sí y vas midiendo como transcurren los acontecimientos. Dije sí. Nos llevó a recorrer la ciudad, nos metimos por unos pasadizos. Era de noche, muy de película. Después de llevarnos a conocer su negocio de antigüedades, este musulmán ortodoxo nos invitó a comer al barrio cristiano, porque allí se podía tomar vino. Probamos un montón de platos, nos iba explicando, con muchísima dedicación, sobre la elaboración de cada uno de ellos. Aprendí lo que no hubiese aprendido en años de carrera gastronómica. Además de invitarnos la cena, al día siguiente nos fue a buscar a nuestro hotelucho para que nos hospedemos, sin fecha de caducidad, en un departamento que puso a disposición de nuestras ganas de quedarnos.

 

Inmerso en la gastronomía oriental. Todos los días nos llevaba a un restaurant diferente. Nos hizo entrar a las cocinas de varios restaurants para que nos contaran como se cocinaban los platos. Si algún interlocutor no hablaba inglés, él nos hacía de intérprete. Fue una experiencia muy rica y muy loca.

La razón de la hospitalidad. Lejos de estar sorprendido por estas actitudes, pude disfrutarlas. El pueblo musulmán es muy respetuoso del Corán. En ese texto, se habla mucho sobre la solidaridad a los viajeros. En tiempos lejanos, los comerciantes andaban de un lado a otro llevando mercancías. Mahoma dice que hay que darle acogida al viajero, a la gente que está de paso. El pueblo de medio oriente es súper conocido por su hospitalidad.

 

Mundo frijol. De vuelta en Andorra, me tomé un avión a Cuba y de ahí a México, dónde compramos el escarabajo modelo ’86 que bautizamos como “frijolito”. Me gusta mucho la literatura latinoamericana y había viajado mucho a través de los libros: los viajes del Che, lecturas sobre la unión latinoamericana. Muchas ideas revoloteaban mi cabeza. El viaje fue cero planificado y eso me permitió liberar un montón de cosas. No había un horizonte de tiempo, era recorrer: dónde me sentía cómodo, quedarme, y dónde no, seguir. Iba subsistiendo en el camino, conociendo gente. Fue una experiencia muy linda.

 

Cocinar para vivir. Nos esperaba un viaje todavía largo. Lo hicimos enteramente con couchsurfing. La misma gente que me alojaba, como sabían que me gustaba cocinar, organizaban encuentros para que aprendiera la cocina del lugar. En Guatemala, parando en Huehuetenango, una ciudad al norte, me pasé un día entero cocinando con la doña de una de las que fue mi casa. Una mañana se fue al mercado a comprar todos los ingredientes y me sorprendió con una jornada completa de cocina local. Como la comida es un componente cultural relevante en casi todas las sociedades, a la gente le encanta transmitirlo.

 

Conexión asiático mexicana. Teníamos plata para viajar con mochilas por seis meses, pero la compra del auto ajustó el presupuesto. Hicimos nuestra primera exposición de fotos con cocina en México. El concepto era ofrecer un menú degustación de cocina asiática acompañado de fotos de nuestro paso por esas tierras. Así empezamos con las muestras multisensoriales, buscando hacer un recorrido por todos los sentidos: olfato y sabor estaban abarcados por los platos, la parte visual por las imágenes. Además, poníamos música y había textos escritos, que testimoniaban nuestras experiencias. Era viajar desde el mismo lugar y que el recorrido fuesen los sentidos. Fue genial compartir desde lo gastronómico y lo cultural. Ahí empezaron a entremezclarse ambos en mi universo. 

[Entrevistamos a Juampi un día de Mayo mientras preparaba su menú latinoamericano para Ferona, restorán porteño donde estará dejando fluir su creatividad culinaria durante tres semanas, antes de partir para el viejo continente].

El Oficio. Todos los derechos reservados.





Contacto

Todo Cambia Meliquina

WEB: www.todocambiameliquina.com

FB: facebook.com/TodoCambiaMeliquina

Pilares. El proyecto está basado en tres pilares: gastronomía, cultura y sustentabilidad. El lugar lo construimos con técnicas de permacultura y de reciclado. En las paredes hay quince mil botellas de plástico, la barra está hecha con botellas de vidrio, las lámparas están fabricadas con elementos reciclados, las mesas son carreteles de cables. A nivel semiótico-comunicacional, el lugar encarna la idea de sustentabilidad. 

Mix impensado. Cocinar es mi manera de expresión: trabajo con colores, texturas, sabores y aromas. Me permite ser muy creativo. Lo que más me gusta de cocinar es poder tender un puente entre lo gastronómico, lo cultural y lo artístico. Están surgiendo muchas propuestas dónde la cocina confluye con el arte, no como un complemento sino como un elemento central de expresión. 

Proyectar desde el sur. Meliquina para mí es parte del camino. Los viajes te enseñan a desapegarte de las cosas y de las personas. La experiencia de viajar prácticamente sin bienes materiales durante cuatro años me generó una libertad posible. Si aquello no estuviese más, yo podría seguir viviendo feliz. Mi idea es mover y seguir generando. Lo que aprendí en todos estos años es que podés generar plata en movimiento. No es lo más divertido para hacer durante mucho tiempo porque te quema: tenés que empezar de cero en cada nuevo lugar. Pero la realidad es que no elegí una vida convencional dentro de la ciudad y tampoco la elegiría fuera de la ciudad.

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