top of page

Susana Aguilar. "La Hija de Dios"

“Los consagrados no somos unos desgraciados infelices que vivimos con una cruz. Vivimos una felicidad distinta que el mundo no entiende.”

​Que hacés acá.  Llegué a la Casa Rosello hace casi 5 años. La madre superiora me lo propuso y acepté. Yo hice un voto de obediencia pero después del Concilio Vaticano II se estila  lo que llamamos “obediencia dialogada”, la iglesia tiende a preguntarle al sujeto si quiere participar de un proyecto.



​Inicios. Nací en Santa Lucía, Tucumán. Mis padres nos tuvieron muy jóvenes y se separaron cuando eramos muy chicos. Mi mamá estaba sola con tres hijos. Eran épocas difíciles, de guerrilla y muerte. Había bombas en el pueblo así que nos fuimos a Concepción. Nuestros abuelos tenían una casa allí.



Filosofía. Todo lo que vivimos son cosas que Dios permite en la vida de cada persona. Uno va en la oscuridad de la fe creyendo en algo y después que lo vivís, te entregas y decís, esto era que Dios lo quiso, que Dios lo permitió. Lo bueno y lo malo. Nosotros lo llamamos la Providencia.



​Buenos Aires ida. Estando en Sta. Lucía empecé el primer año de secundario. Mamá trabajaba en casa de familia, pero la situación económica era muy difícil. Una tía de Bs As fue a visitarnos y conversó con mamá: “Susana puede trabajar en casa de familia. Si te venís a Bs As todos te podemos ayudar”. Yo tenía 13 años. Le prometí a mi mamá que algún día iba a estudiar. Terminé ese primer año con la promesa y la ilusión de volver a estudiar.

Formación. Hace 28 años que entré a esta congregación,  tenía 19.  Mi formación es catequética, soy psicodedagoga y profesora de educación artesanal y  técnica . Yo siempre quise estar entre los más pobres y en las misiones.

Un camino de fe. Tomé la comunión a los ocho años y tenía una espiritualidad muy arraigada. Hoy me explico que es gracias a mi abuela: ella rezaba y agradecía por todo. No tenía ni formación teológica ni nada, lo hacía desde su sencillez.



Misión (¿imposible?). Rosello era una cosa tétrica. Una casa con muchos problemas edicilios, sin dinero, donde vivían cuarenta mujeres. La municipalidad nos quería echar. Yo reuní a las pensionistas y les explique que había mucho por hacer o la casa se cerraba. Empezamos armando un sistema de comunicación interna y a organizar eventos chicos para recaudar fondos. Armamos un grupo de diez mujeres roselianas, nos reunimos cada dos semanas para formarnos, proyectar y evaluar lo que vamos haciendo. Todos los días rezamos y algunos días tenemos misa. Esa es la columna vertebral de la casa.

 

GALERÍA DE IMÁGENES


Los comienzos. En Buenos Aires yo ya sentía mi vocación religiosa. Sabía cual era mi búsqueda: quería estudiar y quería realizar mi vocación. Trabajé en muchas casas de familia hasta que llegué a lo de Marta: una familia maravillosa. Estuve ahí dos años. Para mi sorpresa Marta iba todos los días a misa, siempre se preocupaba por mí, me trataba como a su hija, todas las noches me saludaba y me despedía diciendo “Que Dios te bendiga”.



Un camino de fe bis.  Cuando entré a la congregación era muy jovencita. Me impulsó la fe. Un amor a Dios que no sabía bien como era pero era amor a Dios.



El sueño. Una mañana fría de Mayo llego al Hospital Odontológico. Tenía dentista. De repente veo la facultad de ingeniería, la calle Pueyrredón y detrás una casa que antes era un noviciado y me digo “¡yo esto lo soñé!”. Cuando miro bien veo un sacerdote de sotana negra y dos monjitas. No podía ir en ese momento. Al día siguiente fui directo y toqué timbre. Pregunté por la madre superiora y le dije 'Quiero ser hermana, dígame como se hace'. Tenía 17 años.
 

​Una historia de motivación. Era una hermana mayor y me dijo que la vida religiosa era muy difícil. “Tenes que tener la seguridad que Dios te llama. Y después es un camino largo de formación”.  Empecé a ir al Colegio de la Misericordia. Era una locura peor! Veía la capilla, las monjas y me quería quedar. Me decían “terminá el colegio”. A mi no me importaba que iba a hacer en el convento:  yo quería hacerme hermana,  quería vivir en la casa de Dios y rezar.



​Las pupilas. En el recreo largo entraban a buscar la merienda. Marta me daba alfajores, yo los intercambiaba con las pupilas por las rodajas de pan con mermelada de las hermanas. Yo quería el pan donado por las panaderías del barrio. Las pupilas se quedaban porque no les quedaba otra, yo en cambio sentía que ese era mi lugar. Yo quería vivir ahí!





 

 

 

​Africa mía. Cuando regreso de una misión por Patagonia le envío a la Madre un informe sobre la experiencia. En mi firma le recuerdo que siempre estaría disponible para ir a África. La carta se fue en Marzo del '90. En esa época millonadas de cartas se perdían. La mía llego. En Julio del '90 subía al avión. Estuve un año en Camerún, después me mandaron dos años a Zaire (actual Congo) y luego un año a Chad. Mi vuelta fue muy dura, el duelo duró tres meses. Me tocó ser Secretaria Nacional de Infancia Misionera. Viajé por todo el país. Gracias a lo que había aprendido y vivido en África, lo podía comunicar. Las renuncias tenían valor.



Sin ataduras. Mis ropas y mis libros son mis únicos bienes. Soy pobre por elección. Si la Madre me dice que tengo que estar en otro lado dejo todo y donde voy encuentro una casa religiosa con lo que necesito para trabajar y una capilla. Eso me da una libertad enorme. Yo soy una apasionada. Cada paso nuevo significó dejar atrás un montón de gente querida, pero lo hice por amor a Jesús y se que lo tengo que seguir en este Misterio. Donde voy seguro me voy a encontrar con gente que voy a amar, que me va a enseñar a crecer y que también me va a enriquecer.​


​La elección de este camino. Si tuviera que volver a empezar, volvería a apostar. Cometería menos errores. Me prepararía antes para las batallas. Antes iba sin armas, ahora las preparo: la experiencia en la espiritualidad,  la prudencia, la oración, el pensar que el otro es distinto y no tiene que saber todo lo que yo se. La vida es muy dura. Salvo que nos agarremos de Dios que te va cuidando si te dejás cuidar.

bottom of page