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Eduardo Aldasoro. "Básquetbol y vida".

Aldasoro es una leyenda con ruedas en Tandil, mi ciudad natal. Digo con ruedas porque entre otras de sus cualidades es conocido por desplazarse en bicicleta, medio de transporte claramente alineado con su forma de vivir la vida. Conozcan la historia de un apasionado por el deporte, los alumnos y, sin dudas, por la vida.

El estudiante.  En el '51, estaba en primer año de la escuela normal. De trece materias me llevé once. Mi padre, hombre tranquilo, tuvo una charla clara conmigo. “Once materias no vas a dar”. Yo lo tenía clarísimo. “Papá no voy más a la escuela”. Al mes me llevó a Usandizaga y Cía. Una casa de ramos generales, fantástica. Su mensaje fue “si no vas a estudiar, trabajarás”. Llegué lleno de ilusiones...¿qué me dieron?... una escoba. ¡Me llevaron a un depósito tan grande!



El“rico” de la barra. Al cuarto mes cobré $150. Era el millonario de la barra. A los otros estudiantes les daban unas moneditas para comprar unas tortas negras y para ir al cine el domingo. Y yo tenía la plata del mundo. Mi padre me exigió desconfiar de la plata inmediata.



Alumno y algo más. Independiente en los años '50 tuvo un gran equipo de básquetbol. Yo estaba feliz y contento. Todos mis amigos jugaban en el club. Un día Gabriel García Lunghi, integrante de la subdivisión de basquet de Independiente, me dice “Flaco, nos tenes que dar una mano, hemos descuidado mucho las inferiores del club. Tenemos casi veinte chicos y no tenemos quien los atienda”. Yo no estaba en condiciones: no era buen jugador de basquet, no tenía conocimientos. Le sugerí que busquen una persona que les pueda enseñar algo. Nunca consiguieron a nadie y yo... estuve casi 50 años en el club.



Haciendo camino al andar. Cuando empecé como profe tenía casi 18 años. Jamás me imaginé cumplir esa función a esa edad. Los clubes tenían profesores mucho más grandes. Preocupado por qué iba a enseñarles a mis alumnos, me fui a la librería Villar. Villar era un gallego duro, atendía un kiosco y tenía una librería a la que se entraba por el zaguán. Tenía un montón de libros pero él no le prestaba atención. Capturé dos libros de basquet de un famoso técnico americano. Y mezclé. Daba la biblia como el calefón. Cuando llegue a los colegios era como estar haciendo basquet en la NBA.



Mi segunda casa. En Usandizaga hacía horario de comercio. Terminaba y me iba directo al club. Era mi segunda casa. En el año '63 Bahía Blanca trajo un técnico norteamericano a dar un curso que duraba un mes. Para el mundo del basquet era un lujo tremendo tener ese tipo de personalidad aquí. Pero un mes era mucho tiempo. Tuve que hablar con el gerente. Me dio su permiso para ir, pero me dijo “Yo sabía que no te ibas a quedar en Usandizaga”. En ese momento intenté de mil maneras convencerlo de que era sólo un curso. Al año le dije que me iba.





Del campo somos. Llegamos a Tandil en el año '48. Sin conocer a nadie. Veníamos de Gonzalez Chavez. Gente de campo. Teníamos muchos problemas de integración. Te juro que entraba a la escuela en Tandil, veía izar esa bandera y para mi, que siempre había ido a una escuela de campo, era como estar en la cárcel. Estuvimos un año sin salir de casa. Difícil la integración. En los barrios, antes, había una particularidad: casas aisladas y terrenos baldíos entre ellas. El común denominador de los terrenos era una pelota y los chicos del barrio que se congregaban y jugaban ahí dentro. Como era espontáneo, había chicos de 12, 15, 18, 25 años. Todas las edades. Aprendías lo bueno y lo malo. Mi madre, cuando vio que volvíamos con una rodilla rota o un pantalón roto dijo así no va.



Lazos. Con todos los defectos y virtudes que puede tener una madre, la mía era una mujer muy cuidadosa de la integridad de sus hijos  En aquella época, Independiente tenía la particularidad de ser el único club que daba clases de gimnasia y determinados deportes a chicos chicos. Era un lugar donde la familia podía dejar a sus hijos con tranquilidad. Empezamos a ir al club. Mi madre sabía que no íbamos a venir con una palabrota, ni con una rodilla rota. Buscaba que nos cuiden.

 

Transición. Mis primeros ocho años en el club fueron ad honorem. Los dirigentes vieron que estaban ante una persona que podía ser muy positiva para la institución. Un día, reconociendo mi esfuerzo, me comunican que estaban en condiciones de darme más horas. El cambio a dedicarme de lleno al basquet y a la docencia era inminente.

El inspector.  Un hombre venía sistemáticamente los sábados a observar mis clases. Uno de esos sábados se me acerca y me empieza a hablar “Aldasoro, ¿usted no colaboraría conmigo? Necesito alguien que esté frente al seleccionado tandilense. Estamos organizando un torneo interprovincial de escuelas”. Quién me hablaba era Otermin, el inspector de educación física de la Provincia de aquel momento y profesor en varias escuelas. Le quise explicar que yo sólo daba clases en el club, no en escuelas. Pero él me persuadió. “Esto puede ser un espaldarazo para usted”. El torneo fue hermoso. Cantidad de chicos de diferentes ciudades jugando al basquet. Nuestro equipo perdió en la final contra Tres Arroyos. Fue una muy buena actuación.



El profesor. Después de ese torneo Otermin me llama. “¿No le gustaría ser profesor de Educación Física?”. Yo no había terminado el colegio y el sabía que eso era una traba. Pero ya había pensado en todo. Me propuso inscribirme en una escuela nocturna, la carga era mucho más leve que un secundario normal. Así fue, empecé a la noche en la técnica y a asistir a cursos de formación en educación física en La Plata. En ese entonces la formación era muy deportiva, se hacía desde la práctica. Esos cursos me ayudaron mucho a clarificar sobre que es lo que iba a transmitir a los alumnos. En el '64 empecé dando clase en la escuela 11 y en la 21, dos escuelas provinciales y en la escuela agrotécnica y en San José. De buenas a primeras me convertí en profesor. Esas escuelas fueron mi vida, no las dejé nunca.



El método Aldasoro. Yo he sido muy buen plagista. Hubo épocas en que yo vivía en los clubes de Buenos Aires, metía el hocico en todos lados para sacar nuevas ideas y traerlas acá. Esas ideas se fueron replicando en los clubes locales.

Corbata, diploma, medallita. Una vez por año organizábamos la fiesta del basquet. Convidábamos a los padres a que vengan y entreguen a sus hijos una medalla por su labor deportiva. Corbata, diploma, medallita fueron formas que fui encontrando para motivar a mis alumnos. Yo era un privilegiado. Siendo muy joven trabajaba y me daba el gusto de motivarlos de ese modo. La corbata no me duró mucho, no era un premio muy económico que digamos. Mucha gente se solidarizaba. Sabían que lo que yo hacía iba para los chicos, entonces no me cobraban. Un día por ejemplo recibo un llamado de José Lopez de Armentia. Él tenia una joyería. Grababa plata y oro. Cuando me recibe, me invita a pasar a una trastienda. Me esperaba con una caja llena de medallas. “Eso se lo puede llevar”-me dice. Yo le dije que no podía aceptarlo, que costaba mucho dinero. “Lleveselo así usted queda bien con los pibes”. Por años deje de gastar en medallas, lo único que hacia era el grabado (risas).



Lo que el deporte les dio. El deporte, cuando se lo canaliza como formador de seres humanos tiene mucha importancia. Muchos de mis alumnos eran muy buenos en básket pero muy flojos en la escuela. Un día me vino a ver la madre de un alumno preocupada porque el hijo no le estudiaba. Dudaba si seguir permitiéndole jugar. Yo le expliqué que con el deporte podía conseguir ciertas cosas. Así fue que se me ocurrió que a los tipos que anduviesen mal en la escuela iba a exigirles en las notas. Fue una revolución. Implementé un boletín donde volcaba las notas de cada uno en las diferentes materias. Algunos venían con unas notas excelentes y tenían más horas de juego. El boletín me servía para saber que alumnos no tenían buenos resultados en el colegio, establecer un diálogo con ellos y ver donde estaba el problema.



Lo que el deporte me dio. El deporte me dio todo. Pasé a ser un referente de la ciudad porque el domingo los alumnos se sentaban con los padres y les contaban sobre mis clases. Alfredito recibió la corbata. Pedrito la medallita. Santiaguito el diploma. Mis prácticas suscitaban sorpresa e interés entre los padres. Así se corría en la ciudad cosas que íbamos haciendo desde el club. Yo marqué una época dentro del deporte de Tandil. Pero fui como fui y actué así en el deporte porque volqué lo que me volcaron a mi dirigentes y profesores que tuve cuando el deporte era todavía amateur.

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