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Pablo Princz. "A viva voz".

“Esto es lo que quiero. Vincularme con jóvenes, que otros tengan las mismas oportunidades que tuve yo. Siempre lo quise, sólo que no tuve los huevos para jugarmela. Voy a empezar de abajo, laburando por poca guita. No importa, ¿entendés?”

Bienvenidos al tren. Estudié Ciencias Políticas con la ilusión de poder generar un cambio. Cuando elegí la carrera, tenía un interés en la política, por lo que pasaba en la sociedad, por entender esas problemáticas. Estaba la fantasía de que me iba a transformar en un político e iba a cambiar las cosas.

 

Romper moldes e ideas. En una etapa más adolescente, sentía que la sociedad estaba mal porque los políticos eran corruptos y gobernaban pensando en el propio interés, más que en el interés social. La idea que tenía era “los políticos son malos y actúan egoístamente, entonces, si uno viene y actúa pensando en el bien común, puede cambiar todo”. Me fui dando cuenta de que era más complejo. El problema era más sistémico que otra cosa.

 

Camino sinuoso. Estudié en la Universidad de San Andrés, donde la formación es más bien académica y apunta a que tengas una solidez para ser profesor el día de mañana. El campus está retirado de la ciudad, con lo que la acción política no era muy grande. A medida que iba avanzando en los estudios, me empezó a dar miedo cualquier carrera que tuviera algún tipo de inestabilidad. Como profesor universitario tenías que ganarte una beca, presentarte a concursos para poder estudiar o hacer un proyecto de investigación. Desde la política era igual. En un gobierno hoy estás, mañana puede ser que no. Temía no aprender nada o ser un ñoqui. Ese era un prejuicio muy fuerte.

 

El ecléctico. En mi entorno familiar o en mis amistades no tenía muchos referentes que hubiesen tomado una dirección más ecléctica y, cuando terminé la carrera, me dio mucho miedo emprender un camino alternativo. Mis principales referentes en ese momento eran mis profesores y mis compañeros de facultad que se la habían jugado: trabajaban con algún político o en la facultad misma. Yo no me animaba.

 

Primer intento. En 2008 me recibí. Durante mi carrera me dediqué a estudiar de lleno, con lo cual el anhelo de laburar, después de no hacerlo durante cuatro años, era enorme. Independizarme era la meta. Me salió un laburo de jóvenes profesionales en Gancia. En el área de recursos humanos. Lo sentía como una oportunidad única. Entrar en una empresa de más de mil empleados y aprender en un puesto -según mi pensamiento- difícil de conseguir para un tipo que había estudiado una carrera como la mía. Recién salidito del haber vivido y estudiado en zona norte, de repente estaba laburando en Avellaneda, en una planta industrial, relacionándome con los empleados de la planta. Era súper interesante.

 

Haciendo. A los seis meses de estar trabajando, me efectivizaron. Fue un reconocimiento para mí. Aprendí que podía hacer bien mi trabajo. Tuve un crecimiento interesante, sobre todo en términos de exposición. Al trabajar en búsquedas, estaba en contacto directo con directores y dueños de la empresa. Participaba de reuniones con los principales decisores. Era muy visible todo lo que yo hacía. Sentía que estaba creciendo personal y profesionalmente. Estuve dos años y medio en total.

 

Signos (de pregunta). Al año de haber empezado ya tenía una pregunta gigante. No me sentía identificado con ese rol, ni con el laburo en una empresa. Empecé a hacer terapia. ¿Qué quiero hacer con mi vida? En ese interín viaje diez días a Barcelona y a Londres. El viaje me marcó bastante por que abrí un poco mi mundito de ir del laburo a mi casa. Además, me puso de cara a una idea que rondaba mi cabeza: en un mundo tan grande no puede ser que no haya un laburo

que yo elija hacer. Tenía la sensación de que tenía que existir un trabajo que yo eligiese hacer, pero no sabía cómo buscarlo, cómo responder a esa inquietud. Me llevó un año entero renunciar. Trescientos sesenta y cinco días de pelearme conmigo mismo y con el mundo. Fue muy intenso.

 

Zona de confort. En mi familia y en mi entorno, la mayoría laburaba en empresas. Era un mundo conocido para mí. Yo también estaba haciendo esa carrera que hacen muchos cuando tenés veintipico de años. Además, el trabajo no era tortuoso. Era interesante, desafiante, me relacionaba con gente muy diversa. Me daba prestigio. El miedo a salir de ese lugar de confort y de seguridad económica y social era enorme. Por otra parte, no quería renunciar por renunciar. Ni estar sin laburar. Quería hacerlo por un proyecto que me copara y tenía algunas pistas, pero nada certero. Sabía que podía ir por el lado de políticas públicas, por algo de lo que habia estudiado, por involucrarme socialmente. No tenía muy claro ni cómo, ni dónde, ni de qué manera. Buscaba un trabajo además y todo lo que veía eran oportunidades de voluntariado.

 

El cómo. Mis formas de búsqueda fueron múltiples. Desde buscar una maestría en políticas sociales, educativas, públicas. Hasta ir a charlas de todo tipo. Cualquier cosa que me abriera la cabeza y que me permitiera conectarme con algo que estaba dentro mío, que yo no me permitía sacar. Estímulos para pensarme a mí mismo de otra forma. Era muy desgastante, pero la idea del cambio me generaba mucha ilusión. Ese era mi motor. Me costaba mucho darme cuenta que no estaba listo para renunciar o que todavía no había alcanzado la convicción interior, pero el anhelo de búsqueda se hacía cada vez más fuerte.

 

El salto. El compromiso con mi búsqueda era total, pero seguía trabajando. En el laburo me ofrecen formar parte de un proyecto muy copado, pero que me demandaba más tiempo. Me empezó a generar mucha bronca, por que sentía que tenía que avanzar en mi camino, pero el trabajo en algún sentido no me permitía hacerlo. ¿Qué estuve haciendo todo este tiempo? ¿En qué momento cerré la puerta y dejé de pensar que existen otros caminos? Tenía que encontrar mi vocación. Hacerme cargo de lo que yo era y del camino que quería hacer. Quizás iba a ser más difícil o no me iba a dar tantas seguridades. Pero si quiero que me vaya bien, me tengo que dedicar a lo que más me guste. Estaba seguro. La única manera de crecer profesionalmente era comprometiéndome con lo que hago desde lo emocional y desde lo afectivo. Desde la pasión. En el fondo, en el trabajo que tenía lo único que quería era que fuesen las cinco de la tarde para irme.

 

El aviso. En Agosto renuncié. Cuando me estaba yendo empecé a esbozar en voz alta mis intereses en otras cosas. Un compañero me pasó la búsqueda de Enseñá 

por Argentina. “Se busca profesor tiempo completo para escuelas de contextos vulnerables ganando dos mil pesos por mes.” Me parecía imposible. No me veía a mí mismo como docente. Sí me atraía la posibilidad de trabajar en ese contexto. Y por sobre todas las cosas, tenía una enorme necesidad de involucrarme.

 

Selección. Terminé postulándome sin demasiada convicción. El día de la entrevista me preguntaba a mí mismo que estaba haciendo ahí. Para entrar tenía que dar una clase de cinco minutos y pasar una serie de discusiones grupales. Luego proyectaron un video del trabajo de la fundación en Chile. Un alumno le dedicaba un rap a su profesor. Yo pude sentir el vínculo súper afectivo que habían generado, había una clara manifestación de amor. Me hizo el click. Esto es lo que quiero. Vincularme con jóvenes, que otros tengan las mismas oportunidades que tuve yo. Siempre lo quise, sólo que no tuve los huevos para jugarmela. Voy a empezar de abajo, laburando
por poca guita. No importa, ¿Entendés? Enterarme que entraba fue una alegría. Tenía una ilusión tan grande. Era la certeza de empezar a conectarme con lo que iba sintiendo. La explicación de la búsqueda no era tan racional. Había un sentimiento fuerte detrás.

 

Tiza, pizarrón. Fuimos a un colegio de la villa 31 para tener una muestra de como podía llegar a ser nuestro trabajo. La experiencia de entrar a la villa, entrar al colegio y ver a los docentes trabajando me confirmaron que eso era lo que quería hacer. Para mí fue increíble. Entre los chicos se habla de los que están afuera del colegio, de los jóvenes que no hacen nada, los que están en las esquinas, en la droga o que roban. Yo siento que los chicos que vienen al colegio siguen inmersos en ese discurso social de que vos a través de la escuela podés progresar socialmente.

 

Derribar. La fe en mis alumnos creció muchísimo, yo si siento que hay muchas perlas en el barro. El imaginario social dicta que todos los que viven en una villa son ladrones. Hay un prejuicio grande en generalizar y en la forma de pensar la elección: “eligen quedarse en la conformidad de un plan trabajar”. Vivir en una villa tiene todo tipo de estigma de la dificultad de salir y de las oportunidades que existen para las personas que viven allí dentro. Desde el vamos vos te presentás a un laburo y de la empresa te mandan a hacer un informe socio-ambiental a tu casa. Si vivís en una villa, no entran. O no tenés una dirección para poner en el CV porque vivís en el pasillo tres. Es muy difícil para la gente salir del barrio. Hay una segregación gigante.

 

Identidades. Los chicos se constituyen desde la identidad “yo soy el pibe de la villa”. De repente te tiran comentarios “acá quieren tirar una bomba para que explote todo”, “nos van a sacar de acá y van a construir un shopping”. Tienen clarísimo lo que piensa la sociedad de la gente que vive acá.

 

Primer día. Tengo una foto guardada de mi primer clase. Me sentí muy vulnerable. Antes de empezar habíamos tenido una capacitación muy intensiva de pedagogía. Eran alumnos de diecisiete años. Me costó muchísimo aprender el oficio del docente, descubrirme a mí mismo en ese rol. Uno se expone mucho: la clase te expone a lo peor y a lo mejor de vos. Tenés que construirte desde otro lado, a veces ser el malo de la película, toparte con chicos que no quieren aprender, que no te responden, que no te respetan. Tenía muchas expectativas de poder vincularme con los chicos y poder volverme una referencia para ellos. No quería que sintieran una distancia por no ser del mismo palo o por no vivir en el barrio. Y me daba miedo que descubrieran que yo había sido criado en otro contexto y que eso marcara una distancia.



Acortar. Me fueron abriendo camino charlas individuales, de pasillo, en los recreos. La posibilidad de hablar con mis alumnos de otras cosas, más en un rol de amigo, de confidente que desde el lugar del docente. Luchi, uno de mis alumnos, cada vez que entraba al aula me marcaba que yo siempre venía con un par de zapatillas diferente. “Eh vos tenés toda la guita, venís con la remerita del pingüinito”. Una vez, vinieron unas chicas a hacer una práctica pedagógica. Así tuve la posibilidad de sentarme del otro lado, con lo chicos. Me puse a charlar y a preguntarle a Luchi con quién vivía. Me contó un montón de cosas de su vida. Para mí fue un quiebre en la relación con él. Desde ese momento, él no veía que yo venía cada vez con un par de zapatillas diferentes, sino que mi ropa era re fachera por ejemplo. El hecho que alguien les pregunte en serio como están y qué les pasa es algo que los chicos te agradecen un montón. Por otra parte, cuando el otro se abre vos también te abrís. Eso me fue permitiendo revelar mi identidad. En las charlas de recreo, tuve la posibilidad de divertirme con los chicos, de saber más de sus vidas. A mi me relajó muchísimo. Los chicos valoran cuando empiezan a conocer tu historia de vida, lo empiezan a admirar y empiezan a reconocer el laburo que hacés. No digo que laburen más, pero algo les llama la atención, en algún lugar les toca que te preocupes por ellos y eso está buenísimo. Después de dos años, siento que al menos en ciertos alumnos desperté algunas preguntas y en muchos pude trascender mis materias. Sin dudarlo, aprendí mucho más de lo que enseñé. A mi esto me cambió la vida. Hoy no puedo ya imaginar mi vida sin hacer algo relacionado, al menos, a esto. Es un gran aprendizaje para mí.

 

Corolario. Si este fuese mi último día, yo eligiría lo que estoy haciendo. La satisfacción es tener la convicción total de que estoy haciendo lo que quiero hacer con mi vida. Eso tiene una energía y despliega una energía interior que no tiene límites, ni horarios, ni distancias. Ni siquiera limites internos. La satisfaccion es poder vincularte con lo que hacés desde el cien por cien de lo que sos. De irte a dormir y saber que diste todo. El sentimiento de libertad es gigante. Elijo cien por cien hacer esto. No sé como se describe ese sentimiento, tiene que ver con la paz interior. O mejor, con una tranquilidad total conmigo mismo.



La entrevista la hicimos un sábado, en el Colegio Domingo Savio de La Cava. Pablo acaba de terminar un ciclo de dos años trabajando en escuelas de contextos vulnerables. Lo que la confirma como su primer experiencia de espaldas al pizarrón.

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